martes, 21 de junio de 2011

De cómo cae mal alguien, y va y le cae un mote

¿Por qué hay gente que cae mal? ¿Emiten un tipo de energía que repele a los demás o es que simplemente su comportamiento, su manera de estar, sus gestos, sus palabras o simplemente su cara de idiota nos hace repudiar a dicha persona de forma casi irracional? Irracional no, no nos engañemos, puede que el tío sea buena persona, o no, pero actúa con una conducta indeseable. Hablamos de aquel tipo de la biblioteca. En este caso el sujeto hace gestos raros, hecho que no ayuda a su ya de por sí fea imagen. Delgaducho, algunos granos, gafas presuntuosamente modernas mal acomodadas sobre su inquieto rostro. Utiliza usualmente como calzado unas botas de fútbol, de esas que tienen taquitos pequeños y que sirven tanto para pista como para hacer un apaño sobre césped artificial. Como es de esperar, al andar sobre la piedra del suelo de la biblioteca el taconeo que produce es espantoso, amplificado además por el eco del amplio espacio. Por si fuera poco el indivíduo es inquieto y sus paseitos son frecuentes. Siempre anda solo o mal arrejuntado, la gente no le retira la palabra, sólo busca la casualidad de no encontrarlo. ampoco es de ley retirársela, pues ese aire molesto se le ve tan arraigado en la misma piel, que le tiene que venir dado de nacimiento. De modo que como el chaval no tiene culpa, pero no hay un dios que lo soporte, nada en el juego del esquive sin saberlo.
Un episodio que protagonizó el amigo fue el día que apareció con unos pantalones de escándalo, de tela imposible, más cerca del experimento que de la moda. La tela, sintética como pocas, emitía un ruido raspón y desagradable al rozar pernera con pernera, y así recordando que su condición era inquieta se pueden imaginar el ratito que les hizo pasar a sus compañeros de estudio. Venga a mover las piernecitas, rasca que te rasca toda la tarde con el soniquete. Lo dicho, del todo insoportable.
Otro día le dió por quinchar entre los libros, se traía un meneo considerable moviéndolos de la estantería a la mesa, de la mesa al carrito, del carrito a la bibliotecaria, a la que por cierto mareó a cuenta de un libro que no estaba. Vuelta a la mesa, a la estantería, a la mesa, golpes de las patas de la silla contra el suelo y el chirrido del roce, el ruido de las páginas ¡qué ruido! El trajín que se trajo duró un buen rato y cuando se aburrió se dedicó a cotillear los apuntes del de al lado.  Y saben los que estudian que ese momento por alguna razón es raro y desagradable. Se rompe el crucial vínculo entre el estudioso y lo estudiado. Unos ojos vecinos invaden esa conexión y la inquietud se apodera del dueño de los apuntes violados. Segundos dramáticos que se alargan viendo cómo el estúpido mirón maldisimula su usurpación espacial. Ese día hicieron falta tres tosidos y dos ruiditos guturales para que el colega desistiera, claro que volvió al ajetreo de los libros.

Este es pues uno de esos casos en los que una persona por alguna extraña circunstancia resulta desagradable a los demás. Hay que saber que que por supuesto estando en un país al que le encanta rebautizar a todo el mundo posible, este sujeto no se iba a librar de la etiquetita. El mote, que suele caer de improviso le cayó al chaval como una piedra, pero como una piedra disimulada ahí detrás dónde no puede vislumbrarla, vamos que no sabe que la tiene. Cómo si los molestados quisieran devolverle su negatividad le hicieron portar el sobrenombre de El Odiado. No se complicaron, se preguntaron ¿Qué nos aporta este chaval? Odio, pues ahora será El Odiado.

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