Las personas deciden cómo vivir, pocas son las que se liberan y dejan atrás sus raíces. Otras dependen tanto de la tierra en la que viven que no se pueden permitir alejarse. En la fortaleza de las raíces no hay que perder de vista el apego. El apego está bien hasta cierto punto, pero puede ser una cárcel sin barrotes. La dependencia se va formando como una tortura invisible, cuando la ves es cuando tratas de separarte de esas cosas que estaban alrededor, de las personas, de las acciones.
Por eso crecer, echar raíces, y saber desprenderse nunca debe estar desligado a desterrar todo lo que formó a la persona.
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